ESPERANZA AGUIRRE

ESPERANZA AGUIRRE

LA SORPRESA HA SIDO GENERAL, NO ESPERÁBAMOS ESTA DIMISIÓN. ESPAÑA PIERDE UN REFERENTE PARA VOLVER A SU CAUCE.

Todos, yo el primero, nos hemos quedado sorprendidos y boquiabiertos. Un referente que teníamos muchos, como que era la solución a todos nuestros males actuales, se nos va.

Ahora podemos analizar miles y miles de hipótesis, pero la realidad es la que es. Su enfermedad y su familia, son al parecer los motivos de si dimisión.

El PP se ha quitado de encima a una mosca cojonera, es la realidad. Pero una mosca, «NUESTRA MOSCA» que decía la verdad y no se escondía, como muchos dirigentes actuales del PP. Una política que decía lo que los españoles queríamos oír, como eliminar las autonomías, quitarles las subvenciones a los sindicatos, quitar el Senado, etc… Una mosca que nos habría llevado con sus ideas, al encauzamiento de la política nacional.

Ella ha sido fiel a su partido, hasta el ultimo minuto. Pudo enfrentarse a Rajoy en aquel Congreso que obligaba a todo el PP, a aceptar a este Marianico «El Corto».

Sigo pensando que puede ser una estrategia política, que ella de eso sabe mucho. Pero si fuera lo contrario y cierto los motivos de su dimisión, desde éste blog le agradecemos su buen hacer en la política y por España.

Doña Esperanza, gracias, gracias y muchas gracias. A sus pies, siempre a sus pies.

TRAICIÓN

Es dificilísimo encontrar una palabra que lo defina mejor que la que utiliza Esperanza Aguirre: traición.

Cuando ha caído el telón sobre esta segunda legislatura del zapaterismo el patio de butacas ya estaba desierto, el público ni siquiera se ha quedado para abuchearle. La situación política y económica es tan grave, y hay tanto que hacer, que ciudadanos, mercados e instituciones están descontando con impaciencia el tiempo que aún queda hasta el 20-N, una cita que llega demasiado tarde, un retraso que nos va a costar demasiado caro.

Pero precisamente tanto tiempo perdido juega a favor de Rodríguez Zapatero, porque ya no queda ni un momento para hacer un balance detallado de lo que ha hecho con España. No es cuestión de enumerar la lista de despropósitos de un Gobierno cuyas líneas, a veces, parecían diseñadas en el cuaderno de un preadolescente, pero resulta muy revelador el contraste entre el último saludo en el escenario de Aznar –al que casi ahorcan entre las bambalinas– y la forma tranquila de marcharse de Zapatero, que todavía sigue convencido de que ha ampliado “los derechos” de los españoles, y que lamenta que su triunfo haya quedado algo deslucido por la crisis económica, exterior, por supuesto.

¿Ampliación de derechos? Nada más lejos de la realidad –excepto, quizá, la propia percepción del presidente–. Lo cierto es que se han pulverizado todos los récords negativos de nuestra democracia, desde la cifra de parados hasta los recortes a funcionarios y pensiones. A pesar de las trampas y el maquillaje de las cuentas, España ha experimentado un retroceso histórico en el Estado del bienestar, y todos coinciden en que lo peor está todavía por llegar, porque vendrán más recortes según vayan apareciendo facturas de lujos de paleto en los cajones de la Administración.

Zapatero todavía se siente un héroe juvenil por haber retirado a las tropas de Irak (lo que supuso un descrédito internacional que todavía no hemos superado, ni siquiera con la llegada de Obama); cree que hay más democracia porque se entregó a las banderas más extremistas de su partido, las del matrimonio homosexual o el aborto libre, que sólo han contribuido a crear polémica, división y a que siga aumentando la cifra de víctimas del holocausto intrauterino. Abonarse al feminismo radical tampoco ha conseguido que se reduzca el número de muertes por violencia doméstica, de la misma manera que la criminalización de las corbatas o el regalo de bombillas de su ministro Sebastián no van servir para salvar el planeta.

Y ojalá, a la hora del balance, pudiéramos detenernos en estas facetas pueriles de sus legislaturas. Sin embargo, la herencia del zapaterismo es mucho más que un concurso de cursiladas –“la tierra es del viento”–, peor incluso que un empeño enfermizo en resucitar el pasado desenterrando el cadáver de su abuelo para ponerlo encima de la tribuna del Congreso –que de eso, de restos de odio, trata la Ley de Memoria Histórica–. Por combatir lo que en su visión infantil él consideraba “franquista”, Zapatero quiso hacer una nueva transición dejando a un lado a media España; eso era el cordón sanitario. Para lograrlo era necesario rescatar a ETA y a Batasuna, acorraladas cuando llegó a La Moncloa y que ahora disfruten del momento más popular de su historia, con Bildu en las instituciones, los presos tratados como hombres de paz y altos miembros de Interior bajo sospecha de haber colaborado con la banda. Es dificilísimo encontrar una palabra que lo defina mejor que la que utiliza Esperanza Aguirre: traición. Parece seguro que los terroristas le harán otro regalo antes de irse, quizá en forma de comunicado. Los muertos de la T-4 ya sólo son un recuerdo ominoso, algo de lo que no se habla, como el Plan E, donde se dilapidaron las últimas reservas para hacer frente a esa crisis que no existía.

Porque el desastre económico del zapaterismo no es sólo el fruto de negar la realidad. Su apuesta irresponsable por el Estatut, por ejemplo, ahondando en el desequilibrio territorial de España, constituye ahora un problema casi más grande que los propios números rojos. Y es que hoy sí que España es una Nación discutida y discutible. Incluso hay quien afirma que hace tiempo que estamos intervenidos por Europa, que es allí donde se toman todas las decisiones sobre nuestra economía, o más, que es Alemania la que está en condiciones de dictar el contenido de nuestra Constitución, como si fuera el nuestro un país más que económicamente intervenido, militarmente ocupado.

El caso es que al fin tendremos la segunda transición que quiso abanderar José Luis Rodríguez Zapatero. El régimen de 1978 no ha soportado el envite de un iluminado que ha presionado a los jueces del Constitucional hasta desprestigiarlo por completo, que ha reabierto heridas de una guerra que tiene tres cuartos de siglo, que ha arruinado la mejor herencia económica jamás recibida por un presidente o que ha hecho recortes sociales inéditos y que ponen en peligro la cohesión nacional. La buena noticia es que al menos no está invitado a participar en este futuro convulso y próximo; la mala consiste en saber que toda su gestión quedará impune –excepto, quizá, el Faisán– porque España no es Islandia, donde por muchísimo menos han sentado en el banquillo al primer ministro.

Al revés, Rodríguez Zapatero se marcha a León con las peores cifras de la democracia, en plena encrucijada histórica, pero asegurándose un sueldo vitalicio cercano a los 150.000 euros anuales. Y eso parece lo de menos, ojalá podamos decir que tanto despilfarro lo pagaremos caro, porque significará que lo hemos podido pagar. Y ya ni siquiera eso está claro.